jueves, 7 de abril de 2011

La llegada a Roma

Algo tiene la llegada a esta ciudad que no deja indiferente. Es una iniciación a la extraña perfección que albergan sus calles. Una introducción dudosa, a veces con un toque de tétrico abandono que deja perplejo al visitante. La primera impresión de Roma es un golpe de caos al cansado viajero, de suciedad, de recorridos incómodos. Después de la llegada, agotadora, purificadora, se está preparado para la inmersión. Roma no es acogedora en sus primeros momentos. Las lindes del tren, los alrededores de Termini, los anárquicos autobuses repletos y el metro plagado de escaleras. Los sanpietrini que imposibilitan cualquier intento de cargar una maleta. Los pasos de cebra en los que vence el más osado. Las cuestas, desniveles, escalones y rampas que acomodan el urbanismo al paisaje ondulante. El visitante se fatiga antes de empezar.


Pero cuando se superan los primeros inconvenientes, cuando dejas el equipaje y sales a pasear por primera vez bajo la espléndida luz del sol romano, descubres el inexplicable encanto de los muros que hace tiempo deberían haberse pintado, ese personal toque de abandono intrínseco a Roma. Las ruinas dispersas por las calles evocan constantemente su atemporalidad y te hacen añorar hacer vivido su pasado esplendor. Cada rincón te recuerda lo pequeño que eres porque Roma es, sobre todo, una lección de humildad para el viajero. Y la sensación de que todo es como debe ser. 

Sí, nuestra llegada ha sido dura, pero en un instante, Roma se abre un hueco en tu pecho con la pasión de los enamorados y ese cariño es imposible de olvidar.
Éste es el cuaderno de bitácora de nuestra estancia romana, y de Italia en general, que recorreremos todo lo que nos sea posible partiendo siempre de esta ciudad que se ha convertido en nuestro baluarte.