Pero cuando se superan los primeros inconvenientes, cuando dejas el equipaje y sales a pasear por primera vez bajo la espléndida luz del sol romano, descubres el inexplicable encanto de los muros que hace tiempo deberían haberse pintado, ese personal toque de abandono intrínseco a Roma. Las ruinas dispersas por las calles evocan constantemente su atemporalidad y te hacen añorar hacer vivido su pasado esplendor. Cada rincón te recuerda lo pequeño que eres porque Roma es, sobre todo, una lección de humildad para el viajero. Y la sensación de que todo es como debe ser.
Sí, nuestra llegada ha sido dura, pero en un instante, Roma se abre un hueco en tu pecho con la pasión de los enamorados y ese cariño es imposible de olvidar.
Éste es el cuaderno de bitácora de nuestra estancia romana, y de Italia en general, que recorreremos todo lo que nos sea posible partiendo siempre de esta ciudad que se ha convertido en nuestro baluarte.