martes, 12 de abril de 2011

Jardín del Quirinal


¿Qué se puede sentir en un oasis entre árboles y margaritas, elevado del céntrico bullicio de la ciudad y ajeno al transcurrir del tiempo? Serenidad.

La romántica y asalvajada escalera de acceso ya advierte al viajero que se adentra en un lugar donde el tiempo corre a su manera, que al otro lado de su elegante curva un pequeño tesoro natural le espera. Y no defrauda si se sabe mirar bien.


Las flores y los infinitos verdes muestran la eclosión de la primavera, tan llena de plenitud en este rincón. El tráfico se amortigua con el trino de los pájaros y, si quieres, llega a desaparecer. El sol invade los caminos y los bancos invitan a detenerse en el ir y venir continuo del viajero. Si sucumbes y te sientas, si te descalzas para que la brisa te cosquillee los pies y te dejas invadir por los cálidos olores, si aislas todo lo imperfecto que lo rodea y escuchas los trinos, tan diversos y armonizados entre sí, si el sol penetra en tu piel y te dejas acariciar por los perfumes,... Si permaneces así el tiempo suficiente, todo se detiene y ya no sabes qué hora es.


El que observa con atención descubre una naturaleza plena en su apogeo de diminutos detalles. Mirando bien, se aprecian las abejas inmersas en su sacra actividad polinizadora, regalándonos de nuevo una primavera. Contemplando, aparecen los revoloteos inconstante de mariposas, y pájaros que, como yo, han hecho de este pequeño lugar su paraíso privado de paseo y reposo. Si te quedas quieto llegas a camuflarte con el entorno. Entonces, la naturaleza se confía y los mirlos vienen a darte su bienvenida, correteando entre tus pies descalzos al sol.

Y no falta el constante repique del agua que cae en una breve cascada de rocas y espejea y danza con la brisa en el estanque, inundado de reflejos de luz.


Aunque no moleste a la contemplación, porque de ello se ocupan los árboles, si algo sobrara en este idílico rinconcito es la patriótica estatua ecuestre que centra el jardín. Pero el follaje, si sabes situarte, la hace transparente y se transforma en una romántica evocación.


Sí, este oasis existe, si se sabe sentirlo, si eres capaz de aislarte de todo y de dejarte llevar sólo por lo que de verdad merece la pena. Así es, para los que así lo miran, el Jardín del Quirinal.