martes, 14 de junio de 2011

El Coloso y el Coliseo


Roma es mucho más que el Coliseo y, sin embargo, sentada en la base de la enorme estatua de Nerón, su ruinosa mole semioculta entre los cipreses sigue imponiendo. El Anfiteatro Flavio ha sabido sobrevivir a las vicisitudes del tiempo y ahí sigue alzándose, anciano quebrado y majestuoso. Pocos piensan, al contemplarlo, que este gigante no es más que un descomunal corral donde pelear hasta la muerte, hombre o bestia; libre, esclavo o reo. La lucha, tantas veces desigual, como juego de guerra, la muerte como espectáculo, como supremo divertimento. Para el pueblo pan y circo, y en la Metrópoli se llevó al extremo.

El Coliseo fue patrocinado por los Flavios, una dinastía de tres miembros porque Domiciano, hijo y hermano de los dos primeros, llevó su crueldad y antojo hasta unos límites inaceptables en una cultura donde la muerte, la vida y la violencia convivían entremezcladas sin problemas. Domiciano superó la línea y, en consecuencia, su pueblo le impuso un castigo eterno, la damnatio memoriae, norrar la memoria de su existencia, el vacío en la historia. No fue en realidad el primero en sufrir la eliminación de su recuerdo, ya en el Egipto faraónico se realizaba centurias atrás. Y tampoco fue el primer emperador romano. No, Domiciano tuvo el dudoso placer de continuar la vergonzosa lista encabezada por dos Julios, Calígula y Nerón, que sumieron al Imperio en un ciclo de caos y terror. Al menos, entre ambos se sitúan los años de estabilidad del razonable Claudio.

A Nerón queríamos llegar. Su figura ha sido algo desdibujada a lo largo del tiempo, y si bien sus atrocidades no son discutibles, al menos los estudios históricos más recientes lo eximen de una de sus más notorias locuras; me estoy refiriendo al incendio que arrasó la ciudad e hizo tambalear el Imperio. Roma sin Roma era incencebible, y aunque después aparecieran Ravena o Constantinopla, debieronpasar algunos cientos de años antes. EL corazón imperial había ardido, pero Nerón parece que no fue responsable, es más, se cree que participó activamente en la extinción de los fuegos. Si después hubiera actuado con más cordura, quizás la historia lo hubiera recordado como el fundador de la Nueva Roma que, como el fénix, se alza sobre sus propias cenizas. Y eso pretendiño, no falló en el planteamiento, sino en la mesura. Derroches de lujo y majestuosidad impagable en esos momentos. Quería una Roma esplendorosa y para ello apretó a su pueblo con impuestos exageradamente abusivos, y recurrió a la expropiación, al asesinato y al saqueo de plebeyos, senadores o templos, poco importaba. Una Nueva Roma a pesar del pueblo de Roma. 

Posiblemente el monumento que personificaba todos sus anhelos fue la asombrosa estatua de bronce que hizo erigir junto a los Foros Imperiales, en el que se lo representaba como a Helios, refulgiendo al sol romano y asombrando a todos al contemplar su divina efigie. Un coloso de metal de más de teinta metros. Y así se lo llamó, Coloso. Nerón murió en el destierro y el pueblo entró intentó pasar página y olvidar esos años funestos, pero su escultura fue imposible borrarla y aún hoy se conserva su basamento, donde en este momento estoy sentada escribiendo. 


Años después, tras las guerras civiles, por fin un militar se alzó sobre los demás dando comienzo a la dinastía Flavia, cuyo gran recuerdo físico dejado para la psoteridad es el mayor anfiteatro jamás construido, levantado junto al descomunal Coloso del que toma el nombre el Coliseo.