viernes, 24 de junio de 2011

El Klimt de Roma


En la Galleria Nazionale d'Arte Moderna, es decir, en el museo que se ocupa del arte italiano del siglo XIX y parte del XX, se encuentra esta original pintura de Gustav Klimt. De entrada, ya es peculiar que la Galleria exponga un cuadro del vienés, puesto que prácticamente todas las demás obras son nacionales, pero quién puede guardar un lienzo así en sus fondos.

La obra trata de un tema tan antiguo como el propio arte, pero desde una estética novedosa y cautivadora. Las tres edades de la mujer. Frente a la tierna belleza de la niña abrazada por la joven, una verdadera maternidad, se contrasta la decrepitud del final de los días que se cubre el rostro. Y sin embargo, algo hay de esperanzador. Sí, la anciana no cierra la composición a la derecha sino que, por el contrario, su ubicación hace que centremos la mirada en los dos bonitos rostros dormidos, en el cabello cubierto de flores, en las mejillas sonrosadas. No es un fin, es una vuelta a empezar, un renacer, una nueva primavera tras el desesperanzador invierno. No hay vanidad ni autocomplacencia, no es un recordatorio de nuestra debilidad, de la fugacidad y de la muerte. Y quizás, aquí radique su mayor novedad.



Me resulta significativo que de todas las pinturas de Klimt sea este bonito renacimiento a la vida el que esté en la ciudad que vuelve a surgir siempre, con tanta fuerza, a pesar de los pesares. La Roma que se reinventa cada vez, esplendorosa, pero sin perder de vista su anciano pasado, decrépito y ruinoso y no por ello menos maravilloso. Una parte de la grandiosidad de la Urbs radica en que ha sabido conservar su pasado, sus raíces, y a partir de ellas se ha levantado, tantas veces ya, con nuevas energías, reinterpretándose a sí misma. 
Roma, que es un renacer constante, una primavera en su esplendor, custodia la pintura que bien podría ser una interpretación de su propio espíritu, aunque ésta no fuera, ni mucho menos, la intención de Klimt.