sábado, 25 de junio de 2011

Verde que te quiero verde

 
La primavera de Roma tiene un toque salvaje que le da ese aire atemporal tan especial, una pizca de magia en esas antiguas construcciones, renovándolas cada año y haciéndolas participar en el ciclo vital. Mientras que en los meses de frío las ramas secas y nudosas recuerdan el fin necesario para el próximo comienzo, con el calor, las lluvias y el sol sus fuertes verdes vuelven a aparecer, si cabe más radiante que el año anterior.





Las plantas parecen poder crecer a su antojo, cubriendo las fachadas con un tupido manto de suaves curvas que hierve y cae a borbotones, a veces tapando algunas ventanas, creando ondulantes cortinas en los cables de la luz. Todo es válido en este homenaje a la vida.





Con orden y equilibrio, expandiéndose y rebosando o trepando como un árbol que se adosa a la fachada, naciendo de la azotea o de los balcones, cualquier opción es admisible en esta expresión de grandeza palpitante que se funde con la acción creadora del hombre en su expresión más necesaria, el lugar donde vivir, en el que se funde y confunde lo natural y lo artificial.




 


Y se cumple de nuevo que Roma no son sólo un conjunto de monumentos, iglesias y museos. Roma es, quizás más que cualquier otra cosa, pasear y embuirse en su cautivadora esencia, respirarla y sentirla latir, y verla renacer en primavera.