lunes, 22 de agosto de 2011

Primeras impresiones de Nápoles

Vista de Nápoles desde la Cartuja de San Martino
 
No se puede decir que Nápoles enamore desde el primer momento, son necesarios varios días para comenzar a apreciarla, pero pasada la fase de rechazo se le empieza a coger cariño y, al final, da pena tener que dejarla. De todos modos, reconozco que si tuivera que vivir en ella una larga temporada me costaría bastante.
Una calle del Quartiere degli Spagnoli
Lo primero que te choca nada más llegar es la suciedad. No es sólo basura tirada en las calles, que también, sino que el suelo, las paredes, los bancos, todo está manchado, una suciedad vieja, incrustada en la propia ciudad. 

Su olor te golpea y nunca te llegas a acostumbrar, aunque aprendes a tolerarlo. Instinto de superviviencia, será. Hay que reconocer que hemos estado en agosto, en plena ola de calor, quizás con menos temperatura su olor sea más soportable. Otro inconveniente es la humedad, propia de una ciudad costera, que incrementa la sensación térmica y la vuelve pegajosa. 

Resumiendo, estoy presentando Nápoles como un lugar sucio, tórrido, húmedo y apestoso. Aún puedo aumentar la lista.

Su luz, fortísima, insoportablemente nítida, cegadora desde el amanecer. Es curioso que a una sevillana que vive en Roma, dos ciudades tan luminosas, le llegue a molestar la luz del sol, imaginad hasta qué ùnto tiene fuerza el sol napolitano. 

Las calles, estrechas y ennegrecidas, están abarrotadas de personajes extraños que generan desconfianza, que gritan y gesticulan, con botones desabrochados y camisetas remangadas dejando ver sus vientres.

Claustro de Santa Chiara
El panorama parece desolador. No busco desalentar al viajero, sólo prevenirle de lo que se va a encontra rnada más llegar. Y sin embargo, a pesar de todo, Nápoles tiene encanto. Quizás porque conserva como pocas ciudades un carácter popular y autóctono, costumbrista se podría decir, que te hacen dudar en qué década te encuentras. 

En sus calles puedes encontrar hortelanos que vende su fruta en pequeños camioncitos, aguadores con las latas y botellas en cubos con agua, kioskos donde asan mazorcas de maíz a la vez que sirven granizados, pescaderías en las calles con peces saltando en cubos, cajas de verduras apoyadas en carromatos inclinados. Lo más curioso fue un chico que vendía bebidas en el tren, paseándolas en un cubo. 

La gente, que a primera vista puede generar dudas, ha resultado ser muy agradable. Los napolitanos, en general, son gente abierta y simpática que ofrecen su ayuda antes de pedírsela, que disfrutan hablando con extranjeros que se defienden en italiano, contándoles los secretos de su ciudad, que alaban con orgullo.

Castel Nuovo
Y la comida... dominan el arte de la pizza, que prepararan como nadie, pero también los pasteles y los helados. El placer por el buen comer queda plenamente saciado, y a precios muy asequibles. 

Y para los belenistas o los que, simplemente, disfrutan contemplando obritas de arte en miniatura, con sus vestidos, joyas, sus pequeños objetos de cerámica y forja, todo para el Belén, tienen una cita obligada en la calle San Gregorio Armeno.

Para acabar el elogio a Nápoles, daré unas notas de su patrimonio: tiene nada menos que cuatro castillos (Capuano, dell'Uovo, Sant'Elmo y Nuovo), fantásticas iglesias, numerosos palacios, entre ellos el Real, y dos museos (Capodimonte y Arqueológico) que son la admiración de todos. 

Nápoles, con sus contrastes, ha sido todo un descubrimiento, y no veo la hora de volver a perderme por sus estrechas callejuelas.

Una tienda de San Gregorio Armeno